Porque te rascas. ¡Hala! Si hoy tenéis poco tiempo, podéis
dejar de leer y hasta el próximo sábado. Pero si os “pica” la curiosidad, hoy
vamos a repasar un reciente artículo publicado en Acta Dermato Venereologica
(2022) por Teresa Ju y colaboradores que intenta entender el origen del prurito
en esta entidad que tan mala vida da a quienes la padecen.
Y es que de liquen simple crónico (LSC) no se muere nadie,
aunque el picor puede llegar a ser tan insoportable que se le quitan las ganas
de vivir a más de uno. Y sí, cuanto más rascas, más te pica, lo que además
conlleva una disrupción de la barrera cutánea, una disfunción sensorial, el
empeoramiento de las lesiones, pero también la posibilidad de sobreinfección y,
más raramente, malignización.
No es la primera vez que hablamos aquí de esta entidad (lo
podéis repasar en este enlace, o en este otro), pero por centrar un poco el
tema, el LSC es un trastorno cutáneo localizado que se caracteriza por placas
liquenificadas y excoriadas, de coloración variable, desde rojo, rosa o marrón.
En casos crónicos pueden convertirse en placas hipopigmentadas con bordes más
oscuros y están localizadas en zonas específicas (1 o varias placas) que suelen
ser accesibles (a diferencia del prurigo nodular, en el que las lesiones se
encuentran más diseminadas).
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Un mes más tarde |
Es una enfermedad prevalente, que afecta aproximadamente a
un 12% de la población en algún momento, especialmente en edades medias de la
vida, entre los 30 y 50 años. Las mujeres ganan esta batalla con una ratio 2:1
de afectación respecto a los hombres. Curiosamente, en Asia es aún más
frecuente, en personas mayores. Parece que el tener antecedentes familiares o
personales de atopia te hace más susceptible y un 20-90% de personas con LSC
refieren ese antecedente. Los desencadenantes psicosociales y el estrés también
se relacionan (con los “nervios” todo pica más) y, escarbando un poco, es
frecuente que salgan a la luz historias de ansiedad y depresión.
No deja de ser curioso que el picor del LSC se describe en
muchas ocasiones como “placentero”, cosa que también sucede con el picor de la
notalgia parestésica. No me malinterpretéis. Los pacientes lo pasan realmente
mal, pero en ocasiones existe cierta sensación placentera que se obtiene con el
rascado. Es complicado de explicar.
Pero lo que es verdaderamente difícil de explicar es la
fisiopatología de esta entidad, que siempre se ha descrito como un proceso
crónico a resultas de factores ambientales o secundario a otras dermatosis que
producen prurito, con el consiguiente rascado que conduce a perpetuar ese ciclo
de picor-rascado. Las moléculas “pruritogénicas” se unen a sus respectivos
receptores en las fibras C, lo que produce activación neuronal y transmisión de
la señal de picor al sistema nervioso central. En general, el prurito se
clasifica en histaminérgico (a menudo asociado al prurito agudo) y no
histaminérgico (a menudo relacionado con el prurito crónico) y cada uno tiene
sus propias vías neuronales. Los pruritógenos implicados en el LSC aún no se
han identificado del todo, pero su naturaleza crónica hace pensar que sea
principalmente no histaminérgico, por la unión a los receptores acoplados a
proteína G y/o canales iónicos, especialmente los TPR (transient receptor potential
channels), los cuales pueden responder a la capsaicina y a la temperatura. Dos
canales iónicos permeables al calcio que se expresan en las fibras nerviosas,
el TRPV1 (transient receptor potential vanilloid 1) y TRPA1 (ankyrin-1) parece
que juegan un importante papel en la interacción con los pruritógenos y los
estímulos nociceptivos, en el picor mediado por células T inducido por IL-31.
Los TRPV3 son canales sensibles a la temperatura que se expresan en los
queratinocitos y que se asocian a la vía de señalización del picor vía PAR-2
(protease activated receptor 2). Ambos son importantes también en el picor de
la dermatitis atópica. Pero además, en el LSC también se han implicado
interacciones neuroinmunes, a través de la liberación de nerotrofinas y neuropéptidos
a partir de las células del sistema inmunitario.
Lo que es más fácil de entender es que el rascado intenso
alivia, de manera temporal, la desagradable sensación de picor, pero esto se
debe a la activación de las fibras sensoriales del dolor que inhiben el prurito
a nivel de la médula espinal. Lo malo es que el rascado continuado conduce al
daño epitelial, con la liberación de citoquinas, proteasas y péptidos
antimicrobianos, que activan las células inmunitarias y estimulan toda las
neuronas sensoriales y las vías mencionadas anteriormente. Y ya tenemos el
círculo vicioso.
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Un mes después de la primera visita |
Madre mía, cuánta teoría. Todo eso está muy bien, pero,
¿Cómo lo diagnosticamos? Pues de entrada, con una buena anamnesis y exploración
física, para excluir otras dermatosis primarias. La biopsia puede ser necesaria
en algunos casos y nos puede ayudar a diferenciar el cuadro de un liquen plano
hipertrófico, una placa de psoriasis, un carcinoma de células escamosas o una
micosis fungoides. La intensidad del prurito se puede medir con escalas
subjetivas.
Pero seguramente lo más interesante sea el tratamiento, que
puede ser todo un reto. Y aunque la fisiopatología ha avanzado un poco en estos
últimos años, las opciones terapéuticas quizá no tanto como nos gustaría. En
resumen, se trata de identificar y tratar la patología subyacente (si es que
existe), reparar la barrera cutánea, reducir la inflamación y romper el ciclo
prurito-rascado.
Para reparar esa barrera cutánea y reducir la exposición de
las terminaciones nerviosas, debemos recomendar con la insistencia de una madre
evitar cualquier factor desencadenante, como calor, irritantes, etc. Las cremas
hidratantes con ceramidas, de pH ligeramente ácido, con algún componente más “terapéutico”,
como polidocanol y otros, pueden ayudar. En la fase aguda los queratolíticos no
se recomiendan de entrada. Para reducir la inflamación, nuestros amigos los
corticoides, de elevada potencia si queremos que funcionen, son el tratamiento
de primera línea, y en muchas ocasiones los recomendaremos en oclusión, en
cortos periodos de tiempo. Y cuando pase un poco lo peor, se puede considerar
un mantenimiento con inhibidores tópicos de la calcineurina, como tacrolimus o
pimecrolimus.
La oclusión en estos casos tiene una doble intencionalidad:
la de aumentar la potencia del tratamiento tópico, pero también evitar el
rascado al poner una barrera física, ayudando así a romper el círculo vicioso.
Otras alternativas descritas como posibles tratamientos son la doxepina tópica,
e incluso una mezcla analgésica llamada KAL (ketamina-amitriptilina-lidocaína)
en una base lipofílica, de la que no tengo ninguna experiencia (y sí bastantes
dudas de que pudiera conseguirse fácilmente). En casos más extremos se han
propuesto incluso antidepresivos, ciclosporina, metotrexato, anti-IL13 e inhibidores
de JAK, que también se utilizan en la dermatitis atópica (aunque todos estos
tratamientos serían off-label).
A Thais le realizamos una biopsia que nos confirmó nuestro
diagnóstico de sospecha y en ese mismo momento le pautamos clobetasol en
oclusión, una tanda de antihistamínicos orales y muchísima hidratación al
iniciar la mejoría. ¡Y vaya si mejoró! Un mes más tarde esas piernas parecían
otras. Menos mal…
El vídeo de hoy va de árboles, bosques y eternidad.